“Tenía 14 años cuando sucedió aquel
pequeño pero enormemente simbólico hecho, que hizo que mi pequeño universo
girara en torno a un oscuro centro. Un centro que tiene una gravedad diferente
a los demás, al principio ni te enteras de que está actuando y para cuando
quieres darte cuenta ya estas girando como un pequeño satélite a su alrededor.
Cuando abres los ojos e intentas salir, te
das cuenta de que esa fuerza te ha agarrado fuerte y no te va a dejar escapar.
Pero os contaré un secreto. Se puede, es difícil, duro, pero con el deseo de
salir, fuerza de voluntad, el apoyo de tus familiares, amigos, algún
especialista… lo consigues.
Os
contaré que sucedió. Yo era una niña feliz, disfrutaba jugando con mis amigas,
me encantaba leer, disfrutar el momento… siempre supe que era un poco “de
huesos anchos”, vamos, que estaba rellenita. Pero en la vida me plantee el
hecho de adelgazar, yo me veía guapa y perfecta dentro de las pequeñas
imperfecciones que tiene todo el mundo. Pero aquel día en la clase de gimnasia
todo cambió.
En
aquella época a principio de curso se
medía la grasa y la masa corporal. Recuerdo como todos estábamos esperando a
entrar en esa pequeña sala donde estaba la báscula y el metro, la gente salía
diciendo su peso y su altura en alto y se comparaban. Llegó mi turno y recuerdo que antes de
subirme a la báscula le pedí por favor al profesor que no dijera en alto ni mi
altura ni mi peso, pero dos segundos después de su boca salió la información
que a nadie le concernía.
La
siguiente clase de gimnasia fue en una sala de conferencias, sillas naranjas
ordenadas mirando a la tarima donde se hallaba el profesor. Ese día teníamos
que subirnos allí con una calculadora y delante de nuestros compañeros, íbamos
sumando las cifras que el profesor nos decía, para calcular nuestro porcentaje
exacto y finalmente descubrir si
estábamos “sanos” o no. Antes de
encontrarme en la situación que desencadenó todo, el profesor explico los
parámetros de salud en los cuales debíamos movernos, recuerdo que recalcó que a
partir de 25% de grasa corporal era obesidad, si, dijo obesidad grado uno
concretamente, lo cual hizo que apareciera un nudo en mi garganta que no se me
quitaría hasta llegar a casa. Compañero tras compañero fueron diciendo sus porcentajes orgullosos y llegó mi turno…
miré al profesor con rabia, por ponerme en esa situación tras haberle pedido
anteriormente que no quería decirlo en alto, pero lo tuve que decir. En ese
momento sentí como muchos se giraron y me miraron, otros cuchicheaban y todo
esto, bajo la mirada del profesor al cual solo le faltaba sonreír y decirme,
gorda (o así lo percibí en ese momento)
Las
lágrimas brotaban de mis ojos, y a pesar de que mis amigas me dijeran que el
profesor no tenía ni idea, no paraba de repetirme en la cabeza “estoy gorda”.
Al llegar a casa mis padres me preguntaron que me pasaba y les conté como de
humillada me sentí aquel día en clase de gimnasia, no dudaron en ponerse en
contacto con el director para que solucionara el suceso, pero ya era tarde. En
mi cabeza se repetía una y otra vez, como me miraron los compañeros, como el
profesor no hizo nada, como me di cuenta de que “estaba gorda”. A los días me
crucé de nuevo con el profesor, me paró en el pasillo y como quien dice hola me pidió perdón, no lo
sentía, lo sé. Él seguiría su vida tan tranquilo sin darse cuenta de que la mía se derrumbaba y caía en un pozo del
cual me costaría años salir.
Me
propuse adelgazar. Dejar de comer chucherías, chocolate y llevar una dieta
sana, hacer deporte. Todo era muy bonito y duro a la vez, y lo conseguí, adelgacé.
Pero no era suficiente, por más que los números bajaran, frente al espejo
seguía aquella fea niña en chándal con
más de 25% de grasa corporal.
Pan, bebidas azucaradas… lloraba
noche tras noche. “Mama no tengo hambre” “me encuentro mal” hasta finalmente, no comer. Perdí mucho más
que kilos, la confianza en mí misma, la alegría que me caracterizaba e incluso
a veces las ganas de vivir, porque mi pequeño universo solo giraba en torno a
mi figura. Estaba todo el día cansada, pero seguía saliendo a correr, a
patinar, andar en bicicleta… no podía permitirme volver a engordar, en aquel
entonces ese era mi mayor temor además de que alguien me descubriera. Adelgacé diez kilos en nueve meses y lo sé
porque me pesaba tres veces al día, al levantarme, después de comer, después de
cenar y me miraba al espejo viendo que aun nada había cambiado, ¿Qué más podía
hacer?
Era mi pequeño secreto, nadie lo
sabía. Ni mis amigas, ni mis padres, estábamos solo mis kilos y yo. ¿A quién se
lo iba a decir? No conocía a nadie más que le sucediera lo que me estaba
sucediendo a mí, pensé que me llamarían loca y que mis padres me encerrarían en
algún lado si se enteraban. Pasaron los días y las noches, en las cuales
recuerdo que muchas no podía dormir por hambre, o porque no paraba de llorar.
Esta
situación no solo afectó a mi salud física, psicológicamente estaba destrozada.
Conforme pasaban los meses era más difícil disimular lo que sucedía en mi
interior y exterior, nunca era suficiente, siempre había que hacer algo más para
intentar sentirme bien conmigo misma.
¡BASTA!
Julio
del 2012. Después de 3 horas y haber
inundado mi almohada en lágrimas una vez más, decidí levantarme de la cama.
Caminé descalza hasta el baño, me miré al espejo y esta vez decidí fijarme en
las partes de mí que me hacían bella fisicamente “No está mal mi sonrisa”
“Tengo el pelo largo y sano”… y me repetí mil veces “Eres bella”. Tenía claro
que no quería seguir así, sabía que lo que estaba haciendo era malo para mi
salud y que cada vez la mentira se hacía más grande.
Cada día
me levantaba por la mañana, me decía observando el reflejo todas las cosas buenas
que tenía y planteaba mi propósito del día, este solía ser comer tres veces al
día y todo lo que se ponía en el plato. Puede sonar gracioso, incluso estúpido
pero para mi persona hacer esto era el peor momento del día. Era el oler la
comida y que en mí se despertaran dos sensaciones; asco y deseo, y era yo quien tenía que forzar la balanza para
conseguirlo.
La
primera semana fue muy dura, sobre todo por la lucha interna que tenía y porque
esta se proyectaba en el exterior con mi actitud. Al final es como una droga,
te enganchas no solo físicamente si no mentalmente y las primeras semanas son
las peores pero a la vez las más cruciales.
Y poco
a poco fui saliendo del profundo pozo en el cual caí. Cada día era más fácil cumplir
mi propósito, hasta que un día me di cuenta de que lo había conseguido. Puede que os preguntéis “¿Conseguir el qué?,
¿Engordar?” No, conseguir sentirme bien
conmigo misma. Ver que mi figura es perfecta sea como sea, que como todo el
mundo hay cosas que me gustarán más o menos pero que forman parte de mí y hacen
que sea diferente.
Lo habréis
oído una y mil veces, y puede que no os lo creáis. Pero os prometo que lo más
importante de una persona, es su personalidad. Como ve el mundo, como decide
actuar, su inconformismo, su alegría, su tranquilidad o su locura, sus sueños,
su ilusión, aficiones, planes de futuro, fracasos, logros, gusto por la comida
japonesa o quien sabe igual prefiere americana o tailandesa… Esto es lo que
fuiste, lo que eres y lo que quieras llegar a ser y esto es lo que enamora, lo
que logra y decepciona.
¿Y sabéis
lo peor? Lo que realmente me puso triste e incluso decepcionada… Que cuando
decidí vivir la vida de otra manera y ser feliz, me di cuenta de que mí
alrededor estaba enfermo como yo lo estuve. Y que hay muchos jóvenes y no tan
jóvenes que están cayendo en ese pozo casi sin remedio, casi sin remedio porque
es muy difícil escapar de una sociedad que te intoxica a base de anuncios,
modas y críticas… promocionando el enfermo nuevo canon de belleza. Por eso he
decidido escribir mi historia para que no os engañen, no hay ningún canon de
belleza, todo somos diferentes y bellos como somos, tanto por dentro como por
fuera.
Acéptate a ti mismo, quiérete,
todos somos diferentes y perfectos a la vez. “
P.D:. Muchas gracias.